Secos los ojos, con
la mirada hueca,
en mares de tristeza
navegaba
viendo que el tren
de nuevo se alejaba
tornando su sonrisa
en triste mueca.
Los hilos se
enredaban en la rueca
y por mucho cuidado
con que hilaba
la fuerza del
destino la empujaba
como si sólo fuera
una hoja seca.
Y otra vez la
corriente la impulsaba
haciéndole sentir
que no era nada,
que la lucha que
había sostenido
y aún sostenía, poco interesaba
por que la paz, la
calma deseada,
seguía siendo un
sueño prohibido.
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El tren ya se había
ido…
¡quien sabe si era
el último en salir!
¡quien sabe qué
quedaba por vivir!
Alma en el verso
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