No es
culpa de la vida, que en sereno
y
delicado cauce aún permanece,
ni es
culpa de la muerte que a ajeno
y
amargo fin, impávida obedece.
No es
culpa de la noche, que en su seno
trae el
sosiego con el que nos mece,
ni lo es
del día, que de luces pleno
nos
ilumina desde que amanece.
¿Por qué deben pagar los inocentes
los
errores y vicios más ajenos
si rara
vez los paga el delincuente?
Vivimos
entre nidos de serpientes
que con frecuencia vierten sus venenos
quedando
impunes, descaradamente.
Alma en el verso