Sin vigor, sin resistencia,
sin tono, sin energía,
mortificante impotencia,
tediosa monotonía.
A veces interrumpida
por la visceral respuesta,
la reacción encendida
ante la tensión impuesta,
que cual certera estocada,
abre de nuevo la herida
pendiente de ser curada,
latente y encallecida.
Sin lágrimas ni sonrisas,
sólo la inercia en los brazos.
En suma y sin cortapisas,
un cristal hecho pedazos,
que por bien que se compone
y por más que lo sujetas,
de nuevo se descompone
roto por las mismas grietas,
abriendo nuevas fisuras,
astillando los perfiles,
los bordes de las fracturas
hasta tornarlos hostiles,
trozos irreconciliables
de un búcaro de cristal,
añicos irreparables
de un sueño, de un ideal.
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No importa la circunstancia,
la sangría de la herida
ni cual es su relevancia,
hay que aferrarse a la vida.
Dejar de hacerlo equivale
a conspirar con la muerte,
a conspirar con la muerte,
invitarla a que apuñale,
abandonar a su suerte.
Alma en el verso