Una a una, y sin el menor recelo,
las tiernas ramas de la enredadera
que en larga y desgreñada cabellera
parecían pender del mismo cielo,
fueron cayendo en presuroso vuelo
gracias al fino corte de tijera
y a mi atenta labor de jardinera,
quedando amontonadas en el suelo.
Huelga decir que nunca vi tamaña
montaña de hojarasca en el jardín
que la que vi, al bajar de la escalera.
Y como toda valerosa hazaña
que se inicia, culmina al ver su fin,
me puse a rematarla sin espera.
¡Quien sabe si es manera
de obrar para con tantas otras cosas
que claman entre frases armoniosas!
Alma en el verso